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Doctor no puedo dormir

Por qué crece el insomnio y cómo es el estudio para detectarlo

Noches antiguas y contemporáneas


Durante mucho tiempo, el insomnio fue escasamente diagnosticado y tratado. Aunque ya se lo reconocía como una patología en milenarios papiros egipcios (donde se ofrecían diferentes tratamientos), durante mucho tiempo se lo minimizó. Ahora hay más conciencia.


El doctor Garay (neurólogo) me cuenta que las consultas aumentaron muchísimo desde la llegada del coronavirus. ¿El primer problema? El encierro. "Somos gregarios, actuamos en grupo, en sociedad, por eso la pandemia generó cambios fisiológicos malos para el organismo. A esto se sumó el miedo a contagiarse, a infectar a otros, la inestabilidad económica".

Según el experto, encuestas muestran que, en el último tiempo, se redujeron trastornos como la ansiedad y la depresión. Pero el problema del insomnio sigue igual. Lo atribuye a la incertidumbre.


Otra encuesta, en este caso de la Asociación Argentina de Medicina del Sueño, le puso cifras al crecimiento: casi el 60% de los entrevistados afirmó haber tenido dificultades para lograr el descanso nocturno en 2021, una cifra más elevada que en 2020.

 

En la década del treinta del siglo pasado, Andréi Platónov describía así a un personaje de Moscú feliz (nos describía a muchos durante la noche): "Pensaba siempre, sin cesar; si dejaba de hacerlo, su alma empezaba enseguida a dolerle, así que redoblaba los esfuerzos por imaginar el mundo en su cabeza y transformarlo".

 

¿Todos los insomnios son iguales? No. Por un lado, los hay primarios o secundarios. Un primer grupo tiene alterado los mecanismos fisiológicos vinculados a la alerta. Otro, no duerme por enfermedades relacionadas con el dolor; o se mantiene despierto por el estrés o la ansiedad (estos, a su vez, pueden desarrollar trastornos psicofisiológicos). Son solo algunas posibilidades.


Malas noticias: el médico nota que mucha gente está "crónicamente privada del sueño por la propia vida". Las actividades, el trabajo, llevar a los chicos al colegio. Una o dos horas menos por día. Lentamente, esto puede generar mecanismos de inflamación general (neuroinflamación, inflamación metabólica), que ponen en riesgo al organismo.


Es interesante cómo estamos diseñados. Somos predadores por naturaleza, hay que estar atentos desde lo cognitivo y lo motor.

 

Tenemos cinco grupos neuronales que, durante el día, apuntan a mantenernos despiertos. A veces no alcanzan y acudimos a estímulos como el café, el mate, el té, las gaseosas. A la noche, hay dos grupos (uno en especial) encargados de inhibir al resto. De igual manera, pueden no dar a basto cuando alguien está "muy arriba".

 

Buenas noticias: las técnicas de relajación, respiración, meditación y la técnica cognitiva comportamental son grandes aliados. Para Garay, lo farmacológico solo debe ser un "colchón". Un pacto entre médico y paciente mientras se apuesta a otros abordajes.

En la charla, aparecen datos curiosos. Como que ciertos individuos no saben "censar" su propio sueño. Pueden dormir de forma espectacular, pero creer que no. Al revés, otros manifiestan apneas y tienen una exagerada buena percepción del sueño.


Otro punto es la genética. Hay "familias de insomnes". El tratamiento de los más chiquitos, comenta Garay, resulta el más dificultoso.

 

El principal motivo de consulta que recibe Andrés Lotocki consta de tres simples palabras: "No puedo dormir".


36 años, egresado de la Universidad de Buenos Aires, con un posgrado de trastornos de sueño y experiencia en los principales centros del país, dedica su vida a este asunto. Ahora trabaja en el Instituto de Neurociencias Buenos Aires (Ineba), donde está a cargo del área de Trastornos de sueño y neurofisiología. También allí realizan polisomnogramas.


En sintonía con sus colegas, distingue entre insomnio primario o secundario y agrega ejemplos del segundo: los que presentan jet lag, no por viajes, sino por las características propias del trabajo. Sin ir más lejos, el personal de la salud que trabaja a la mañana y a la noche, que tiene la arquitectura del sueño trastocada.

 

-El sueño afecta todo. Es como comer. La atención, la concentración, el estado laboral, el cuerpo, las relaciones de pareja, los vínculos con amigos. Todo. Genera importantes cambios en el cuerpo, hormonales, de toda clase.


Amplía las diferencias. Entre el insomnio agudo (menos de un mes) y el insomnio crónico (más de un mes). O entre aquellos a quienes aquejan problemas de conciliación de sueño y los que no pueden mantenerlo a lo largo de la noche.


-No se sabe todavía por qué dormimos, aunque sí se sabe que es fundamental y que es tan importante como estar despierto.

Pienso en el lamento de Lorca en su "Noche del amor insomne". O en la pregunta de Poe sobre si es acaso menos grave que la esperanza se acabe de noche o a pleno sol, con o sin una visión. "¿Hasta nuestro último empeño es solo un sueño dentro de un sueño?".


He aquí el tema: no dormir es una carga que se siente durante el día. Y no implica única -ni necesariamente- estar cansado. Los estudios muestran que, a largo plazo y sin tratar, el insomnio crónico deviene eventualmente en un deterioro neuro-cognitivo, expresado en pérdida de memoria, trastornos de atención y aprendizaje.

 

Durante la noche se regeneran los tejidos físicos y cerebrales: ante la carencia de descanso, no hay una recuperación correcta y, por lo tanto, se ve afectado el rendimiento físico e intelectual. Además, se genera una propensión a alteraciones cardíacas.


En casos menos graves (apelo a la autorreferencialidad), se experimenta irritabilidad, torpeza en los movimientos, cambios en el registro de la temperatura, confusión momentánea. Falta de chispa. Según una investigación de Morin et al (2008), "los costos indirectos del insomnio (absentismo/productividad) son diez veces más altos que los costos directos del insomnio".


Lotocki hace hincapié en que los trabajos con cambios de turno, que conllevan mucho estrés o maltrato son los que mejor se llevan con el insomnio. Una realidad de la que pocos escapan y a la que se deben poner contrapesos.


El doctor subraya la variedad de causas y efectos del insomnio, así como la multiplicidad de factores que lo atañen. La edad, sin ir más lejos, es uno de ellos (manténganse despiertos, ya volveremos a ese asunto).


Como pájaros en el aire


Del intercambio con este apasionado del sueño, me llevo una recomendación de lectura. Se trata de ¿Por qué dormimos?, de Matthew Walker.


Ocurrió luego de que le preguntara por la famosa contraposición coloquial entre "alondras" (quienes llevan ritmos de sueño comunes) y "búhos" (que se duermen recién a la madrugada y se levantan tarde, aunque habiendo dormido una cantidad de hora suficientes).


Si bien la hipótesis de Walker no está avalada por la comunidad científica, es interesante porque suma las costumbres sociales y culturales que organizaron a la sociedad a lo largo de su evolución.

Este neurocientífico elucubra que el horario en el que reposamos podría estar codificado en nuestros genes. Porque, hace miles de años, cuando las personas se organizaban en tribus, era muy útil que hubiera siempre alguien atento, para proteger al resto de predadores y otras amenazas, para cazar, para cuidar del fuego.


Lotocki remarca que, actualmente, el "búho" contaría con una suerte de "castigo social", que lo tilda de vago. Al que madruga, Dios lo ayuda. Pero quizás nuestro ADN sustente ese otro refrán: no por mucho madrugar amanece más temprano.


Fuente CLARIN

 

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